"Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medios y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto."
Así empieza Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson. Y justo así es cómo me enganché locamente a un libro que a priori no me llamaba demasiado la atención y que me ha resultado una lectura estupenda.
Este es el cuarto libro del curso de novela estadounidense...sí, el cuarto. Hay un tercero (Go, de John Clellon Holmes) que no he terminado por cosas de la vida que se resumen en una, no me estaba gustando nada. Llegué a la página 80 y pensé que la vida es corta para según qué cosas.
Como dice en la primera frase del libro Mary Katherine vive con su hermana Constance. También con su tío Julian, porque el resto de su familia murió envenenada seis años atrás. No eran la familia más querida en el pueblo pero después de la tragedia la animadversión de los vecinos ha ido a más, a mucho más. Viven recluidas, apenas salen y apenas reciben a gente...y hasta aquí puedo leer, porque es bastante fácil destripar toda la historia.
El misterio del envenenamiento de la familia llena toda la novela, es bastante obvio qué es lo que sucedió, pero lo importante no es qué paso exactamente aquella noche, sino cómo cuenta Shirley Jackson todo lo que vino después, a través de una adolescente, Mary Katherine, que hace muchos años que no tiene una vida normal y que vive por y para una serie de rituales que a sus ojos son imprescindibles para que puedan vivir tranquilas y seguras.
"Todo era culpa del libro, que se había caído del árbol; cometí la negligencia de no reemplazarlo al instante y ahora nuestro muro de seguridad se había desmoronado. Al día siguiente buscaría otro objeto mágico y lo clavaría al árbol."
El lenguaje es preciso y sin artificios, oyes a Mary Katherine y ves el mundo como lo ve ella. Sientes su agobio, su miedo al cambio, su miedo a ir al pueblo...es un poco opresivo. Eso es lo mejor del libro, esa capacidad de transmitir sensaciones. Además, otra cosa que me ha gustado mucho es que cuando menos dice, más dice. Y al revés, cuando más dice, menos dice. No sé explicarlo de otra manera mejor.
Lo peor es quizás esa previsibilidad de varias cosas que suceden en el tercio final de la novela. Pero tampoco es muy horrible y así te sientes listo, por saber cosas que son bastante obvias.
También muy recomendable. Este año lector está yendo bastante bien.
Algunas cosas más que he señalado
"No está bien que los odies, me decía Constance, eso sólo te perjudica a tí. Pero yo los odiaba de todos modos y me preguntaba si su existencia tendría algún sentido."
"No me gustaba tener un tenedor apuntándome y no me gustaba el tono de esa voz que no se detenía nunca; desee que pinchara un trozo de comida con el tenedor, que se lo metiera en la boca y que se atragantara."